Un grupo de cazadores se dispone a abordar un búfalo que se ha quedado rezagado de la manada. Es un búfalo viejo y lento. Es una buena presa.

Hay un silencio tenso. Todos lo perciben. Tienen hambre, tienen miedo, están tensos, preparados, nerviosos. El búfalo es un animal enorme y poderoso, saben que un descuido puede provocar el desastre. Sienten el peligro en sus corazones. Pero saben que es normal, que deben controlar su miedo si quieren tener éxito y llevar comida a su gente. Hace unos días recogieron un cadáver de antílope que encontraron. Estaba en estado de descomposición, olía mal, pero aun así el hambre pudo mas y algunos miembros de la tribu comieron aquella carne. Dos niños y dos adultos han muerto después de varios días de fiebre.

Son cazadores expertos, y ya han pasado por esto muchas veces. El hambre es un fuerte aliado, pero también puede hacerte malas pasadas. El hambre puede hacerte perder el juicio. Han visto presas huir por descuidos, por precipitarse, por mala estrategia. Han visto compañeros morir al lanzarse furiosos sobre la presa, o al quedarse paralizados por el miedo ante una envestida.

Agachados entre la hierba alta se miran unos a otros, gesticulan, se hacen señas. En sus gestos, en sus caras, en el rictus de sus músculos, se percibe el miedo, la tensión, el ansia, la duda, … todos saben lo que flota en el aire. Todos lo perciben y lo entienden, y eso los une, los coordina, les da coraje, laten al mismo compás en una misma dirección, con una misma intención. Deben permanecer unidos en ese sentimiento compartido. Es la mejor forma de que salga bien. Sintiendo como uno solo, reaccionando como un solo ser cuyo fin último es dar caza a la presa. Para alimentarse y seguir adelante. Para sobrevivir.

El líder del grupo de caza levanta la mano y se adelanta unos pasos. Las pupilas dilatadas, el paso lento, el gesto suave … observa, huele, y escucha … abre la mano con los dedos juntos: todos quietos, indica.

De repente un miembro del grupo se levanta y echa a correr hacia el búfalo zarandeando su lanza en el aire y gritando. El búfalo se asusta, da unos pasos precipitados hacia el costado, choca con un arbusto alto que le impide la huida. El hombre dispara su brazo hacia delante y la lanza se clava en un costado del búfalo. El búfalo resopla, y se revuelve. La lanza cae de su costado. Apenas un hilo de sangre indica la herida. Inmediatamente el hombre se da cuenta de su error. El búfalo apenas está herido, un sola lanza no mata un búfalo. El búfalo está acorralado. Él no ha aguantado con los demás, se ha precipitado, ha desobedecido al líder, ha abandonado al grupo. Está en peligro.

Se detiene en seco. El búfalo gira su cuerpo y apunta la testa hacia el hombre. El hombre siente como todo su cuerpo se crispa, mira hacia atrás con los ojos desorbitados, buscando a sus compañeros.

El líder sabe lo que debe hacer. Todos quietos. No va a poner en peligro el grupo por un solo individuo. El búfalo enviste.

Todos escuchan el crujido de los huesos al quebrarse en el impacto. Entrecierran los ojos y arrugan el gesto, casi pueden sentir el dolor del compañero, y escuchan perfectamente el grito que rompe el aire.

Después de la envestida el búfalo da media vuelta a escasos metros del grupo ofreciendo los cuartos traseros. Se dispone a envestir de nuevo al hombre que yace en el suelo. En ese momento el líder se levanta como un muelle y suelta un largo alarido antes de echar a correr hacia el animal. Los demás ya corren a su lado. El búfalo todavía no los ha visto a pesar de que los tiene justo detrás.

Una docena de lanzas se clavan en el cuerpo del animal. Doce pares de brazos las empujan mientras el animal se resiste sin oportunidad. Y siguen empujando para debilitar y controlar los envites del animal.

Al fin el búfalo inca las rodillas, se dobla, y cae de costado. La caza a terminado.

Los hombres se miran, sudorosos, temblando por el esfuerzo. Los hombres se sonríen. Se sonríen y se ríen. Lanzan gritos al aire, se dan palmadas unos a otros, incluso dan saltitos como si bailaran un poco. Los hombres celebran, comparten su alegría, tienen la comida para los suyos, comida de sobra!

Volverán al asentamiento con mucha comida, y un compañero malherido que ahora trasladan en una improvisada litera hecha con ramas. Ninguno de ellos cree que sobreviva al tremendo impacto que ha sufrido. Pinta muy mal. Ni siquiera se queja de lo mal que está. Pero no lo pueden dejar allí, sufriendo solo. No estaría bien, nadie quiere ser abandonado. Tampoco a nadie le gusta abandonar a los suyos. Es así. Así lo sienten.

Compartir y entender las emociones de los demás nos hace mas fuertes, mas capaces como colectivo, como equipo, como individuos, como especie. La emociones desprenden la energía que nos mueve y nos permiten alinear esa energía con un fin común. Por otro lado, entender las emociones nos permite reaccionar de forma adecuada, poner la energía en la dirección adecuada. Si las emociones y las reacciones emocionales no se comparten con la personas o no se gestionan adecuadamente no obtendremos buenos resultados. Las emociones mal conducidas o mal entendidas nos llevan a malos resultados, a la no consecución de los objetivos, a fracasar en la relación con los demás y con nosotros mismos.

Si los cazadores no hubieran controlado su miedo. Si no se hubieran alentado mutuamente. Si no se hubieran transmitido confianza y apoyo. Si no hubieran comprendido lo que sentían sus compañeros, y supieran que sus compañeros también compartían lo que ellos sentían. Si no hubieran tenido la certeza de que, si caían heridos o estaban en peligro sus compañeros los iban a ayudar, si no hubieran sentido apego, amor por su gente, si no hubieran anticipado la alegría del éxito, … Aquella noche no hubieran tenido nada para cenar, y el compañero que no supo controlarse se hubiera quedado sólo y herido en el suelo, en mitad de ninguna parte.

Si no hubiera sido por las alegrías y miserias que nos unen hubiéramos fracasado como especie y como individuos.

Las emociones son el impulso que nos mueve. Son la potencia primigenia. La fuente de energía. El hilo que nos conecta y nos une. Pero la potencia y la energía sin control no tienen futuro.  Y de eso se trata la Inteligencia Emocional: de entrenar la capacidad de identificar, usar, entender y gestionar las emociones y estados emocionales propios y ajenos para conseguir mejores resultados como individuos y como colectivo.

Era así, y así sigue siendo. Aunque parezca mentira la gestión emocional sigue siendo lo que muchas veces separa el éxito del fracaso.

“Han sobrevivido
los animales que supieron tener miedo, que supieron enojarse
y que supieron estar tristes.”

Charles Darwin (1809-1882)

Y yo añado, y los que supieron trasmitirlo y percibirlo adecuadamente.

instagram default popup image round
Follow Me
502k 100k 3 month ago
Share