Cuando las personas vivimos obsesionadas con el detalle (igual no de forma crónica, pero quizás si en ciertos aspectos de nuestras vidas, o periodos de la misma) es como si estuviéramos viviendo vidas mediocremente inmaculadas.

Recuerdo cuando era pequeño que teníamos unos vecinos que nos hacían entrar en su casa con “mopas” en los pies para no rayar el parquet. Nos desplazábamos como esquimales sobre una superficie perfectamente brillante, con los brazos un poco extendidos para guardar el equilibrio y sin despegar los pies del suelo, hasta que llegábamos a la “tierra prometida” del juego y la diversión de la habitación de mi amiguete, donde todo estaba permitido y desordenado. En el tránsito hacia la habitación de juegos recuerdo pasar siempre por un comedor perfecto, con un sofá con fundas de plástico en los almohadones, y una tele gigante. Y yo me preguntaba, ¿y esta gente como se tumba a ver la tele? Solución: no se tumbaban a ver la tele. La veían en la cocina. En una mini tele de 14 pulgadas.

Vidas mediocremente inmaculadas.

A veces nos preocupamos de que todo salga y sea perfecto, de que todo sea un 10 sobre 10. Y nunca lo es.

A veces es un 5 sobre 10 y a veces (la vida nos sorprende) es un 20. Pero no porque lo hayamos procurado así, sino porque la vida hace lo que le da la gana.

En los países “desarrollados” el consumo de antidepresivos y ansiolíticos no deja de subir cada año. El índice de suicidios también va in crescendo.

Parece que a medida que vamos acumulando mas riqueza y comodidad en el exterior, vamos obsesionándonos y desilusionados en nuestros interiores. La noción de que podemos comprar la vida perfecta, de que debemos (y tenemos) que ser felices a toda costa, como lo son las personas que compran/adquieren determinados productos, es profundamente frustrante. Porque sencillamente es mentira.

Es mas, esos modelos de perfeccionismo nos llevan algunas veces a infravalorar lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos. Si yo esperara a escribir el “post” perfecto para publicarlo en el blog no publicaría ninguno.

Muchos hemos nacido con, lo que yo llamo, el “Gen Autocrítico” activado. Y el resultado es que cuando consideramos que no estamos haciendo las cosas suficientemente bien nos castigamos con

auto-recriminaciones y minas anti-estima. Es mas, a veces incluso nos recriminamos y nos castigamos por lo que todavía no hemos hecho “no seré capaz” “no lo haré bien” “la voy a cagar” “que van a pensar” “voy a quedar fatal” “no doy para esto” … y pum-pum-pum van explotando las minas anti-estima que nos cierran el camino de la posibilidad y la oportunidad. Por miedo a no hacerlo suficientemente bien, por miedo a no hacerlo perfecto, o casi. Son las pequeñas voces del criticón que nos apalean la moral y las ganas. Que nos quitan la energía y nos impiden hacer las cosas con todo nuestra ilusión, confianza y capacidad. Son las minas-antiestima que nos explotan bajo los pies de nuestra querida consciencia y nos tumban antes de emprender cualquier batalla. Pero esas minas las ponemos nosotros. Las armamos, las enterramos justo delante de nosotros y las pisamos con la resignación de quien sabe que no va a ganar esa batalla. Esas minas también son mentira.

Nada es perfecto, y nada lo será. Lo perfecto es aceptar lo imperfecto y aprender a ser, gradualmente, mas amables con nosotros mismos, a aceptar lo precioso de nuestra imperfecta y abollada humanidad y abrazarla con alegría y desparpajo. Porque cuando sólo prestamos atención a lo no es perfecto (o no nos parece perfecto, mejor dicho) no podemos estar presentes en lo que estamos, lo que tenemos y somos.

En lugar de mirar el agujero en la tela, mira la tela, que es mucho mas grande y bonita.

“Es que no me lo pongo porque tiene un agujero”, pues vas a pasar frio!

Tengo un amigo que siempre dice: “Cuando llego a casa cansado de trabajar todo el santo día, y veo que está un poco mas sucia y desordenada de lo que querría, apago la luz y enciendo velas … así se ve menos y es mas romántico.”

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