Probablemente Touré sea una de las personas más magníficas que he conocido jamás. Supongo que sigue vivo, hace muchos años que no sé de él, pero era una de aquellas personas que saben cuidar de si mismos sin hacer mal a los demás. Touré, un senegalés de metro noventa, negro como el carbón y con unos dientes blancos como la leche. A veces, si era tarde y estaba oscuro, le hacía la broma y le decía: ¡Touré, sonríe que no te veo!”
En invierno, cuando se ponía el sol y se veía a lo lejos la nieve rosada de última luz en las montañas, lo sorprendía mirando fijamente al espectáculo, serio y concentrado. “Touré, que te has quedado empanao!”, y el sonreía y decía: “Esto en mi país no hay.”, y seguía mirando las montañas rosadas a lo lejos, digno y atento al espectáculo.
Touré tenía una filosofía muy clara y muy sencilla de vida, que estaba basada en 3 principios.
El Primero era el de “Corazón grande, Corazón pequeño”. Él distinguía entre las personas que tenían Corazón Grande y las que tenían Corazón Pequeño. Las persona bondadosas, empáticas, amables, consideradas, generosas … estas eran Corazón Grande, y se merecían todo su respeto, toda su atención y su ayuda si fuera necesario. Por contra, las personas mezquinas, agresivas, egoístas, desconsideradas, o retorcidas eran Corazón Pequeño, y para él era como si no existieran. Las ignoraba hasta tal punto que ni las escuchaba, miraba para otro lado, como si lloviera. No merecían ni su atención, ni su ayuda ni nada de nada, porque eran “corazón pequeño”. Así de claro y a sí de taxativo. Incluso alguna vez que yo había recibido alguna visita en el centro de trabajo y él lo había visto, se acercaba y me decía: “Jefe, este es corazón pequeño, este no bien para negoció.” Sobra decir que él jamás se reía ni iba a comer con cualquiera de corazón pequeño. Y si alguna vez él tenía que estar presente con alguien que el consideraba corazón pequeño se quedaba callado y quieto como una esfinge de ébano. La verdad es que el desprecio que puede irradiar la dignidad es abrumador a veces … aunque algunos de corazón pequeño no se quieran enterar.
El Segundo principio por el cual se regía Touré era el de “chamal-chamal”. Cuando en una situación había malas intenciones, o chismorreos, habladurías, alguien quería poner cizaña, o las cosas eran turbias; él decía que había mucho chamal-chamal y no entraba en el tema ni le daba más chance. Tú le preguntabas:”Touré, ¿Qué pasa con esto?¿Qué opinas?”, normalmente refiriéndome a algún tema de personal, o a algún conflicto del equipo de trabajo, y él te miraba cómplice y decía: “Jefe, eso es mucho chamal-chamal.”, y tema zanjado. Sencillamente había cosas que, al ser turbias o malintencionadas, para él era chamal-chamal, y no perdía un minuto de atención ni le dedicaba una sola opinión. ¿Qué tonto pierde tiempo en revolver la mierda?, Touré ni un segundo.
Ahora cuando siento que estoy intentando entender algo que sencillamente es mucho chamal-chamal, sencillamente me lo repito a mi mismo: “Esto es chamal-chamal, puro chamal-chamal, o sea que al carajo con ello.”
No hace falta decir que Touré cuando venía a la máquina del café y había chamal-chamal se iba fuera a tomarse el café.
El Tercer principio por el cual se conducía Touré era el de “Yo aquí bien, yo aquí ayudar.” Si él se sentía bien en un lugar o con una gente, si él se sentía bienvenido, si él sentía que el trato que se le daba era justo, él se disponía siempre a hacer las cosas lo mejor posible y a ser de ayuda en todo lo que pudiera. Le podías pedir cualquier cosa que, si estaba en su mano, él lo hacía o lo conseguía (siempre y cuando considerara que se le trataba bien y con dignidad). Incluso cuando él te tenía mucha confianza y le proponías hacer el trabajo de una manera pero antes le pedías opinión de como veía hacerlo de aquella manera o de aquella otra, él decía: “Si tú dices, yo hago, porque yo bien aquí.”
Un día, por ejemplo, por una razón de urgencia, le tuve que pedir que se quedara a dormir en las instalaciones. Me preparé un poco como decírselo, porque necesitaba que se quedara esa noche y no quería que se sintiera obligado o forzado a aceptar. Pues justo empecé a esbozar mi discurso para pedirle el favor él me corto y me dijo: “Jefe, Touré esta noche duerme aquí, tú sabes.”, y yo, “Bueno, claro, si tú quieres …”, “No, no, jefe, Touré ya sabe todo y está bien. Tu tranquilo yo estoy bien.”
El último acto de nobleza que de Touré fui testigo fue cuando después de cinco años en España, y habiendo ahorrado un poco de dinero, un día se acercó a mi despacho y me dijo: “Jefe, Touré marcha a casa.”. Y me contó que se volvía a Senegal a construir una casa de tres pisos para su familia, y que iba a montar un taller para arreglar motos en su pueblo. Y así fue como, sin querer que le arreglara ningún papel para la prestación social ni para nada Touré y yo nos despedimos con un abrazo y deseándonos una buena vida.
Muchos años después me acuerdo de Touré y me doy cuenta de lo sencillo que puede ser a veces apostar por ser una buena persona, y de la grandeza de ser bondadoso y noble. Necesitamos más personas como Touré, personas de Corazón Grande, que no le dan chance ni espacio al chamal-chamal, y que están aquí para ayudar a los demás. El valor que aportan estas personas es incalculable, y son personas que hacen que la especie humana sea un poco más digna del mundo en el que vivimos. Son personas que muchos años después recuerdas y todavía sonríes.
Buenas tardes y buena suerte.